Skip to main content

Emilio Rodrigué - El analista de las Cien Mil horas

Posted in
Versión para impresiónVersión para impresiónEnviar enlaceEnviar enlace

Esta paciente pinta bien esa época en que se pensaba que el psicoanálisis podía curar cualquier cosa: desde el Cushing terminal hasta, por supuesto, el cáncer. Imagino que la APA en la década de los años 40 era parecida a las famosas Reuniones de los Miércoles en la Viena de 1905. Hablando de esos años, mi mentor Stekel nos deja este relato: "Existía una total armonía en el grupo...éramos pioneros en tierras recién descubiertas. Freud era el líder. Chispas saltaban de nuestras cabezas y todas las noches terminaban en una revelación”. Lo imposible era posible.

Mi tiempo con Rascovsky terminó en pelea. El motivo fue Melanie Klein. Con mi carrera comprometida en el Río de la Plata, decidí probar suerte con Paula Heimann en Londres, llevando conmigo una dosis respetable de paranoia. Cuando, pasado un tiempo, la polvareda sedimentó, constaté que el período rascovskiano había rendido sus frutos, sacándome de una adolescencia marcada por la inhibición y la puerilidad para convertirme en un joven e irascible batallador.

Londres, 1948, ciudad herida que lamía sus cráteres de guerra. Años duros y racionados, donde un huevo mensual era un lujo proteínico. La Guerra había acabado pero "La Gran Controversia" entre Anna Freud y Melanie Klein seguía explosiva. Mi grupo kleiniano casi no se hablaba con el grupo anafreudiano, y eso me llevó al absurdo de no asistir a los seminarios de Anna Freud (que era, dicho sea de paso, una eximia maestra).

Mojón importante, en 1950, cuando yo estaba en Londres, apareció el primer tomo de la biografía oficial de Freud de Ernest Jones. El padre del psicoanálisis de pronto aparece bajo una nueva luz con el episodio de la cocaína y la correspondencia con Fliess.

Conocí un Jones viejo y quisquilloso, polemizando con James Strachey y Balint. Asistí a los seminarios de Rickman, de Hilde Abraham y de Winnicott. Tuve supervisión con Klein, Bion y Marion Milner. Tomé el té de las cinco con Alix Strachey, servido por la bibliotecaria, Mrs. Lindon.

Mi pasaje por el diván de Paula Heimann fue una experiencia tan fuerte que puedo hacer mías las palabras de Strachey hablando de su análisis con Freud: "Cada día, excepto los domingos, paso una hora en el diván del Profesor y el análisis ofrece una contracorriente para la vida. Ahora estoy más confuso que nunca, pero se trata de algo extremadamente excitante y, a veces, extremadamente desagradable, lo que me lleva a concluir que de algo vale. El profesor es amable y brillante en su virtuosismo de artista. Casi todas las sesiones se muestran como una unidad estética totalizante. Algunas veces el efecto dramático es devastador. Al comienzo todo aparece vago, una alusión obscura aquí, un misterio acullá. Luego el Profesor te da un toque y uno vislumbra un pequeño dato y luego otro y de pronto una serie de luces se encienden y, cuando la verdad total aparece, el Profesor se levanta y te acompaña a la puerta".

"Otras veces -Strachey continúa- uno se la pasa tirado toda la hora, con una tonelada de peso en la barriga, incapaz de proferir una palabra y creo que eso, más que nada, te lleva a creer que todo eso es válido".

Strachey tiene razón, la sesión es una "unidad estética totalizante", la mudez inclusive adquiere, como él dice, "un efecto dramático devastador".

Dos encuentros, fuera del diván, marcaron mi estadía en Londres. La primera fue el análisis de Hazel, una niña de 3 años y medio. Recuerdo el asombro de constatar que las cosas increíbles que interpretaba, eran confirmadas en la modificación del juego. La conclusión inevitable era "Pucha, así que el psicoanálisis realmente funciona?".

El segundo encuentro memorable fue con Bion en la clínica Tavistock. Asisto por tres meses como observador a las sesiones de un grupo terapéutico y, una vez más, constato que el grupo funciona. Me entusiasmo con Bion. Fue otra aventura.

A esta altura del campeonato la modestia es un estorbo. Fui un brillante discípulo de Melanie klein. Tengo pruebas. Melanie Klein me confió el análisis de su nieta, Hazel. Junto con eso, fui solicitado para colaborar en el libro de homenaje por los 70 años de Melanie Klein, denominado New Directions in Psychoanalysis. Pero, como acontece en la vida, una voz, en el sótano de mi alma, me murmuraba "No será que sedujiste a la Señora Klein?".

La vuelta del hijo pródigo kleiniano, casi con acento inglés, fue triunfal. La estrella de Melanie Klein brillaba absoluta en el Cono Sur. Fui convidado a dar seminarios en el Sao Paulo de Adelhaid Koch y en el Río de Pacheco; participé en la formación del grupo psicoanalítico de Uruguay.

Destaco tres flashes de los años 50. El primero fue mi continuado interés por el análisis de niños. Raúl, un niño mudo autista, fue el material de mi trabajo para el New Directions. En la ardua redacción del mismo tuve pruebas del talento de Enrique Pichón Riviere, su lectura de mi paper me llevó a reformularlo completamente.