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Emilio Rodrigué - El analista de las Cien Mil horas

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Para mi fue una decisión difícil de tomar. Creo que, en el fondo, soy un conservador de alma y las instituciones saben hacerse de nido. La APA era un súper seguro de vida.

En estos días, pensando en Plataforma, de pronto comprendí por qué la mayoría de los platafórmicos odian a Lacan. De chico había una rima que decía: "Este dedito puso un huevito, este dedito lo cocinó, etc…y este dedito lo comió". Bien, armamos un nido alternativo y pusimos un huevito y Lacan se lo comió. Tal vez eso explique mi dificultad inicial como la lectura de Lacan.

Y así llegué a los 50 años. Fiesta en casa de amigo rico. En el zaguán, Marie Langer me espera con una copa de champagne y me dice: "Bienvenido a la logia de los 50 años".

Me llevó al jardín, hablando en voz baja, como gitana, por más de media hora, con acento austriaco y un brillo en los ojos. Me dijo que los padres tienen que ser huérfanos de hijos, del Secreto de Sócrates, de la jubilación con júbilo, de comenzar de nuevo, de desesperación versus sabiduría. Ella dijo muchas más cosas que no recuerdo pero creo que esa pequeña ceremonia, bañada en champagne, marcó el fin del luto. Estaba pronto para comenzar de nuevo. A partir de ese momento asumí mi deber deseante. De esa forma entré en el próximo acto de mi vida, marcados por la orfandad y el exilio.

Dejé la Argentina poco después de la muerte de Perón, en 1974. Quedarse era peligroso. Dejé la Argentina con mi tercer casamiento. Martha Berlin era un águila de mujer. La recuerdo más como terapeuta y compañera de aventuras que como esposa. Con ella formamos el grupo de Salvador, Bahía., llevando durante 4 años la vida de trotamundos. Siete meses en Salvador, cuatro en Madrid y vacaciones en París. Era un ostracismo con ostras y vino francés; pero cansa vivir sólo de ostras.

Martha y yo, en ese entonces, trabajábamos con grupos, usando técnicas de laboratorio y psicodrama -ella era una excelente psicodramatista-. Demás está decir que me alejé de la ortodoxia analítica. Como a menudo se trataba de terapias breves, inventé una técnica que los madrileños llamaron de sauna y los cariocas de shampoo. El tratamiento completo tomaba una o dos sesiones; era una terapia individual que duraba 4 o más horas, en las que aplicaba con los pacientes todas las técnicas de laboratorio.

En realidad, recuerdo esos años como un interminable sauna, estimulante pero agotador. Con el correr del tiempo creció el anhelo de una casa definitiva, de un jardín, de un canario. Entonces, Martha y yo nos instalamos en Salvador Bahía definitivamente.

Radicado en la Roma Negra se dio mi retorno a Freud. Comencé a analizar mis pacientes en un enorme diván, parecido a cama de motel, donde los pacientes elegían su lugar, sentado, acostado, atravesado y yo, a mi vez, me colocaba a una distancia apropiada para la ocasión. Mi sintaxis interpretativa dejó de ser "Si…pero", substituida por “Eso y también”. Soy un analista metonímico. Un libro, escrito con Syra Tahin de Lopes, Un sueño de fin de análisis, da cuenta de esa transformación.

La escritura volvió con fuerza. En quince años escribí una tetralogía. Libros difíciles de encuadrar. El estilo parece biográfico, pero no lo es: la intención era otra. El presente ensayo es más biográfico.

Con Martha Berlin escribí El Anti-Yoyo, que puede ser considerado una aventura amorosa en el exilio. Luego viene La Lección de Ondina que lleva un subtítulo que se las trae: Manual de Sabiduría. A continuación, Ondina, Supertramp, que transita el camino erótico de la Ética. Gigante por su propia Naturaleza, cierra la tetralogía.

Gigante merece un comentario. Habla de mi amor por Bahia. Hace tiempo, cuando por un problema de visas , corría el peligro de ser deportado, escribí la siguiente carta: "Querida Bahía, esta es la carta de un forastero que encontró una tierra a la medida de sus sueños. Escribo desde el miedo que tengo de perderte, perder tu cielo, la gente, los coqueros, las buenas vibraciones. Puedo perderte, Bahía y de pronto comprendo que en el límite de un gran amor está la muerte. Hoy no te hablo como analista, no como escritor, ni como el hombre notable que soy. Hoy te hablaré como enamorado, única llave para abrir la intimidad de tus puertas".

Soy un exiliado que inventó su tierra. Bahía es Graça. Hacen 8 años que vivimos en Itapoan, al borde del mar. Camino la playa, en transferencia con las palmeras, analizo y escribo. A veces los pescadores me preguntan si soy pariente de Vinicius de Moraes y yo sonrío y doy a entender que soy.

Trabajo en casa y tengo un buen computador. Me tomó seis años escribir la biografía que estoy lanzando hoy. Trabajé como un mono, siete días por semana, 24 horas por día, porque soñaba con Freud. Al analizarlo, él me analizó. Esa fue la mayor aventura de mi vida.

Ya antes de terminar la biografía me preguntaba: ¿Y después qué? No daba para escribir la biografía. Digamos, de Anna O. y de pronto tuve una idea, usar todo el material de la biografía para lanzar una Enciclopedia on-line de Psicoanálisis vía Internet. Llevo un año trabajando con un grupo de jóvenes analistas.

Próxima parada, el Reveillon de Año 2000. La leyenda personal busca su geografía fantástica, lugar ideal para celebrar la llegada del nuevo milenio. En mi caso elijo Salvador, la Roma Negra, en el ombligo de los caminos que el destino forjó. Lo pasaré al borde del mar, frente a mi casa, brindando con el mundo, admirando los fuegos artificiales y las luces distantes de la ciudad, junto a la espléndida gracia de Graça, mi mujer.

Rosario, Octubre 1996