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Reportajes y Entrevistas

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  • El aparato psíquico. Constitución del modelo freudiano [2] - Lic. Alicia Aprá (artículo)
  • Jornadas 2007 /// ¿Porque el psicoanálisis? Aún ( información)
    [3]

 

ENTREVISTAS - REPORTAJES - ARTICULOS

  • Conversando con Juan David Nasio   [4] Jorge Rodríguez Solano

 

  • Universidad y crisis ///   Academia vs. management [5]    Eliseo Verón

 

Los intelectuales del mundo y "La Nación" - Entrevista a Mikkel Borch-Jacobsen

"El psicoanálisis va a desaparecer", dice Mikkel Borch-Jacobsen. Considera a Freud "alguien poco fiable".

PARIS. Los intelectuales norteamericanos llaman the Freud war a la guerra sin cuartel que libran, desde 1993, defensores y detractores de Sigmund Freud y de la teorí­a que modeló al hombre del siglo XX, el psicoanálisis.

En ese contexto, el filósofo e historiador Mikkel Borch-Jacobsen puede ser considerado uno de los generales que lideran las huestes antifreudianas. Es uno de los principales autores de un libro colectivo que acaba de ser publicado en Parí­s y que ha desencadenado la fase más despiadada de esta guerra: 'El libro negro del psicoanálisis'.

Dinamarqués de nacimiento, francés por su educación, Borch-Jacobsen se instaló en los Estados Unidos en 1986. Es profesor en la Universidad de Washington. Identificado con la corriente constructivista del pensamiento, Borch-Jacobsen ha pasado los últimos 30 años de su vida denunciando "las falacias, ocultamientos y manipulaciones" de los representantes de la escuela freudiana, comenzando por su propio fundador. Su estilo pasional y directo aumenta el impacto de sus controvertidas posiciones.

Participaron unos 40 especialistas europeos y norteamericanos. La primera de las 830 páginas de 'El libro negro del psicoanálisis' comienza así­: "Francia es, con la Argentina, el país más freudiano del mundo. En nuestros dos paí­ses es comúnmente aceptado que todos los lapsus son reveladores, que los sueños develan deseos inconfesables y que un terapeuta es forzosamente un psicoanalista. (...) En el resto del planeta, desde hace 30 años, la autoridad del psicoanálisis se ha reducido en forma dramática. (...) ¿Francia y la Argentina serán las únicas en tener razón, contra el resto del mundo?".

De paso por Parí­s, Mikkel Borch-Jacobsen recibió a LA NACION.

Por Luisa Corradini
Para LA NACIÓN
[Publicado en la ed. impresa: Cultura | 14 de setiembre, 2005]

Entrevista a M. Borch-Jacobsen - primera parte

-Usted dice que Freud era un mentiroso y un charlatán.

No digo que era un charlatán. Digo que Freud se tomó libertades con la verdad, deliberadamente.

-Eso se parece mucho a la definición técnica de la mentira...

Sí­, así­ es.

-¿Y por qué?

Se pueden dar muchos ejemplos. El más flagrante es el caso que dio origen al psicoanálisis: el de la llamada Anna O. Freud afirmó hasta el fin de su carrera que su amigo Joseph Breuer habí­a conseguido curarla de sus sí­ntomas histéricos, cuando sabí­a perfectamente que no era verdad. La verdad es que Anna O. tuvo que ser internada en una clí­nica psiquiátrica inmediatamente después de haber terminado con su terapia y que pasaron años antes de curarse. Podrí­a dar otros ejemplos, pero ése es el más evidente de una afirmación falsa y deliberada. Freud afirmó con frecuencia haber curado pacientes, sin que fuera cierto. Con
frecuencia, lanzó rumores falsos sobre algunos de sus colegas o discípulos renegados... En otras palabras, era alguien muy poco fiable. Es imposible tener una confianza ciega en lo que Freud decí­a.

-¿Eso quiere decir que, debido a sus mentiras, la teorí­a psicoanalí­tica queda totalmente invalidada?

El psicoanálisis es, en principio, una teorí­a basada en la observación clí­nica. Así­ la describió el mismo Freud. Las construcciones metapsicoanalí­ticas son especulaciones que deben ser producto del material clínico, de la observación clí­nica. Sobre esa cuestión, Freud tení­a una posición absolutamente positivista, de fines del siglo XIX. Es evidente que la cuestión de la fiabilidad de sus observaciones clí­nicas tiene una importancia crucial. Si manipuló esos datos
para hacer que se aceptara su teorí­a, es muy grave. Y hoy es perfectamente posible demostrar cómo Freud manipuló esos datos clí­nicos.

-¿Cómo?

El mejor ejemplo es el de las notas clínicas sobre el llamado Hombre de las Ratas. Su verdadero nombre era Ernst Lanzer y fue a ver a Freud en 1907, quejándose de padecer miedos obsesivos y reacciones compulsivas. Habitualmente, Freud destruía las notas que tomaba durante sus análisis. Sin embargo, por una razón misteriosa, los apuntes del análisis del Hombre de las Ratas sobrevivieron. Así­ fue posible compararlas con la historia del caso publicada por Freud. Esto fue hecho por el psicoanalista e historiador canadiense Patrick Mahony y yo acabo de repetirlo con un colega en un libro que saldrá en enero: las contradicciones son flagrantes. La verdad es que Freud inventaba personajes. Y esto es muy grave. A partir de allí, es imposible creer en lo que él escribí­a. No inventó todo. En el caso del Hombre de las Ratas, es evidente que se apoyó en lo que vio y escuchó, pero también que cada vez que algo no le convení­a, lo cambiaba. Cambiaba las fechas, pretendí­a que el paciente habí­a aceptado su interpretación cuando no era cierto, etcétera. Sí­, creo que la cuestión de la fiabilidad de Freud es muy importante para la validez de la teoría.

-Permí­tame insistir, desde un punto de vista cientí­fico, que Freud haya sido un mentiroso no invalida su teorí­a...

La razón por la cual es tan importante la veracidad de Freud es que en todas las disciplinas cientí­ficas los resultados y las experiencias son públicas. Un cientí­fico que quiere verificar los resultados de otro cientí­fico puede hacerlo; puede volver sobre el terreno del experimento o rehacer el mismo camino. En el psicoanálisis eso es imposible. Porque Freud, por razones totalmente sorprendentes decidió que las sesiones de psicoanálisis fueran confidenciales y que nadie, ni siquiera otro psicoanalista, pudiera asistir a una sesión
conducida por otro colega.

¿Por qué "sorprendentes"?

Porque hasta ese momento era abierta, pública. Así­ se formaban los especialistas: asistiendo a esas sesiones. Para Freud, el único modo de formarse era poniéndose a sí­ mismo en el diván. En esas condiciones, es imposible verificar desde un punto de vista cientí­fico su teoría. ¿Freud deformaba, mentía, decí­a la verdad? Imposible saber si se equivocaba o si, influido por una u otra teorí­a, insistí­a demasiado sobre algunas cosas. El único relato de sus psicoanálisis era él mismo.

¿O el relato de sus pacientes?

No, porque en el psicoanálisis el paciente jamás es nombrado. No se conoce su identidad. Por otro lado, en la época de Freud los pacientes no iban a gritar en la plaza pública: "Yo soy la ví­ctima de una neurosis que Freud ha tratado de tal fecha a tal fecha". Debemos, pues, depender de la buena fe de Freud, lo que es una situación absolutamente inédita en el terreno cientí­fico.

-Pero si es imposible verificar, lo que usted considera mentiras, bien podrían ser verdades...

Por eso es tan importante el trabajo del historiador. Porque si bien esos pacientes no fueron identificados por Freud, los historiadores consiguieron descubrir sus identidades. Con frecuencia hicieron un verdadero trabajo de detective. El más espectacular fue el caso de Anna O. por parte del historiador Henri Ellenberger, que consiguió descubrir los documentos depositados en la clí­nica donde ella habí­a sido internada. Gracias a ello se supo hasta qué punto habí­a divergencias entre lo dicho por Freud y lo que constaba en esos documentos. Después de Ellenberger hubo un gran número de historiadores que consiguieron identificar a otros pacientes. De ese modo, fue posible reconstituir los hechos. Comprobamos entonces que las pretensiones terapéuticas de Freud eran completamente exageradas, que muchos de sus pacientes no estaban para nada de acuerdo con sus interpretaciones.

-¿Y por qué Freud habrí­a hecho esto?

Freud había inventado una teorí­a. Era un gran teórico, alguien que tenía un don excepcional para la especulación teórica. También tenía una confianza desmesurada en sus propias teorí­as. Para él, todo lo que pensaba era la verdad absoluta. A veces cambiaba de teorí­a; desde ese momento, la nueva teorí­a era la buena. Conociendo al personaje, estoy convencido de que estaba tan seguro de que tení­a razón que cada vez que hallaba un obstáculo, pues... lo evitaba. Creo que ni siquiera era consciente de ello. Y hay algo más. Creo que una vez que Freud se transformó en esa especie de genio reconocido por todos, los pacientes se sentí­an tan impresionados que aceptaban todo lo que les decí­a. Si Freud decí­a: "Usted tiene una homosexualidad reprimida", ellos contestaban: "Claro, naturalmente". No se puede reducir toda esta cuestión a las mentiras de Freud; están sus mentiras, más profundamente, su autoconfianza absoluta, y también la respuesta de los pacientes.

-Se podrí­a decir entonces que hubo manipulación, además de mentiras.

Manipulación es una palabra fuerte, pero se produjo en algún caso. Por ejemplo, en el caso de Horace Frink, uno de los fundadores de la Sociedad Psicoanalí­tica de Nueva York. La mayor parte del tiempo se trató de lo que, por entonces, se llamaba sugestión. Una sugestión medio intencional, medio inconsciente, que provocaba cierto tipo de respuesta en sus pacientes. Este es un proceso que se produce en todo encuentro psicoterapéutico. No es sólo el psicoanálisis el que se ve afectado por tal actitud. La sugestión, la colaboración entre el paciente y el terapeuta existe en toda terapia.

 

Entrevista a M. Borch-Jacobsen - segunda parte

- ¿Aún en las nuevas terapias de moda, por ejemplo las comportamentales?

Estoy persuadido. La diferencia está en que en la mayor parte de las nuevas psicoterapias los terapeutas son conscientes de ello. Manipulan conscientemente; practican la sugestión conscientemente. Lo utilizan como un instrumento. Por el contrario, Freud no cesaba de decir: "No manipulo, no sugiero, sólo observo, todo esto es la verdad que yo, Freud, consigo extirpar de la mente de mis pacientes". Es muy diferente. Creo que ése es el problema del psicoanálisis: afirma cosas como si se tratara de verdades objetivas cuando sólo se trata de construcciones elaboradas mediante una interacción entre paciente y terapeuta.

- ¿Para usted, entonces, la pulsión sexual no es el motor que determina el funcionamiento psí­quico del hombre?

Desde luego que no. Si usted me dice que la pulsión sexual es importante en el comportamiento humano, le contestaré que no hací­a falta que llegara Freud para saberlo. Por el contrario, si usted me pregunta si la pulsión sexual tiene la importancia que Freud le dio, le responderé que no. Yo creo que todas sus teorí­as -el complejo de Edipo, el complejo de castración, el deseo fálico de las mujeres, el instinto de muerte, etcétera-, todo eso son puras construcciones hipotéticas, especulativas, muy interesantes, fascinantes quizá, pero que no tienen absolutamente ninguna base empí­rica o cientí­fica.

- Lo que usted dice es que el hombre moderno que todos conocemos -ví­ctima del complejo de Edipo, de los recuerdos reprimidos, de las transferencias- nunca existió. Ese hombre que explican las universidades, los medios de comunicación y los consejeros matrimoniales, es otro.

Así­ es. El hombre cambia en función de su época. No se puede decir que el hombre de la Edad Media era igual al hombre del siglo XVIII.

- ¿O sea que la sociedad hace al hombre? ¿Por eso antes se hablaba de histeria y hoy se habla de estrés?

Exactamente. Yo me defino como un constructivista. Esto quiere decir que, hasta que se pruebe lo contrario, toda teorí­a sobre las neurosis es una construcción social. Pienso que el psicoanálisis es otra de esas construcciones sociales. Por construcción social me refiero sobre todo a la interacción entre terapeuta y paciente. De esta manera, me parece normal que las teorí­as evolucionen con la sociedad y con la historia. Tampoco se encuentran las mismas teorías en los mismos paí­ses y en las mismas culturas. La gente tiene diferentes modos de tratar las "enfermedades del alma" y diferentes formas de caer enfermo. El
psicoanálisis definió por cierto tiempo la forma en que la gente se enfermaba, manifestaba sus sí­ntomas y buscaba la cura. Pero esto se ha terminado.

- ¿Pero por qué razón el psicoanálisis se propagó como un reguero de pólvora por el mundo occidental?

Si su pregunta quiere decir que la humanidad entera no puede haberse equivocado hasta ese punto, mi respuesta es sí­, la humanidad se ha equivocado muchas veces en su historia. En cuanto a la razón de esa propagación, podrí­amos decir que, en sus comienzos, el psicoanálisis fascinó a la gente, que querí­a más libertad sexual.

Eso fue señalado por grandes pensadores, como Marcuse, Fromm o Reichmann. También se puede decir que el psicoanálisis sirvió de reemplazo a las ideas religiosas de salvación eterna, que comenzaron a desaparecer a comienzos del siglo XX. Sin embargo, yo veo dos razones principales. La primera es que Freud era un genio de la propaganda. Consiguió convencer a la gente de que su terapia era la única capaz de curar en profundidad y que las demás eran totalmente superficiales. Digo pura propaganda pues no tení­a ninguna prueba; tampoco obtení­a mejores resultados que los demás. Freud consiguió, además, desprestigiar a sus pares, tratándolos de paranoicos, reprimidos sexuales, etcétera. Lo hizo a partir de 1913 con sus propios colegas y después con sus discí­pulos: Adler, Ferenczi, Jung y Rank. A cada crí­tica que se le hací­a, la respuesta era: "Si usted no cree, es porque nunca se autoanalizó en un diván. Se trata de pura resistencia". Este método era absolutamente eficaz y sigue siendo válido en nuestros dí­as; sus discí­pulos han conseguido mantener esas leyendas freudianas -como las llaman los historiadores crí­ticos- secuestrando los documentos que contradecían la leyenda. Los mismos mecanismos se ponen en marcha cada vez que se critica el psicoanálisis.

- ¿Cuál es la segunda razón?

El otro mecanismo es aún más sorprendente. Al mismo tiempo que se mantienen intocables esas leyendas freudianas sobre su teorí­a y sus descubrimientos, los psicoanalistas son de una maleabilidad total. La teorí­a psicoanalí­tica no tiene, en el fondo, ninguna consistencia. Los psicoanalistas pueden leer en el inconsciente de sus pacientes cualquier cosa: todo y lo contrario.De este modo, se adaptan al medio social y cultural en el que viven.

- ¿Por ejemplo?

Cuando los psicoanalistas austrí­acos y alemanes se exiliaron en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, encontraron un paí­s orientado hacia el empirismo, el positivismo, la psicologí­a experimental. Entonces desarrollaron una suerte de adaptación del psicoanálisis freudiano (en la cual Freud jamás se hubiera reconocido). Por el contrario, en Europa, después de la guerra, alguien como el francés Jacques Lacan -que viví­a en un paí­s latino, donde el positivismo era mal visto y sólo se hablaba de existencialismo, de fenomenologí­a y de dialéctica hegeliana- desarrolló otro tipo de psicoanálisis basado en Heidegger, Hegel, entre otros. De este modo, el psicoanálisis consigue instalarse en todas partes. Porque sólo es un recipiente vací­o, una especie de parásito que se adapta a cualquier contexto. En la actualidad, han inventado el neuropsicoanálisis, es decir la alianza entre el psicoanálisis y las neurociencias. Ahora, los representantes freudianos dicen: "Freud fue uno de los fundadores de las neurociencias y nosotros podemos confirmarlo". Un absurdo, pero funciona.

- ¿Cuáles son los paí­ses donde el psicoanálisis está en plena regresión?

En los Estados Unidos el psicoanálisis está completamente tachado del mapa en los departamentos de psiquiatrí­a y de psicología de todas las universidades. Curiosamente, sólo resiste en los departamentos de literatura, probablemente gracias a Lacan y a la admiración de los medios literarios estadounidenses por
lo que llaman la french theory.

- Usted estudió a Lacan. ¿Se podrí­a decir que era igual a Freud?

No. Lacan no era un positivista ni un cientificista. Era un teórico que afirmaba cosas asegurando que las encontraba en Freud. Creo que era alguien que tení­a una audacia a toda prueba, que decí­a cosas sorprendentes. Era también extraordinariamente cí­nico y manipulador.

- ¿Cuáles son las nuevas terapias que están reemplazando en los Estados Unidos al psicoanálisis?

Las terapias comportamentales y cognitivas. Sin demasiadas pretensiones, éstas se basan en los principios modestos, parciales, pero verificables, de la psicología cientí­fica.

- ¿Por qué en Francia y en la Argentina el psicoanálisis mantiene su vigencia?

Es curioso, Francia otorga el mismo crédito al psicoanálisis en este momento que los Estados Unidos en los años 50 y 60. Creo que esta fascinación se debe a Lacan, que, como le dije, es un buen ejemplo de ese camaleonismo. Su táctica fue increíblemente eficaz. La clase intelectual fue subyugada por Lacan. Prácticamente toda la generación del 68 pasó por el diván. Allí se formaron los jóvenes psiquiatras y analistas que hoy son figuras de la teorí­a y que monopolizan el poder intelectual en ese terreno. Esto explica la resistencia absoluta de Francia ante el resto del mundo.

- ¿Y en la Argentina usted ve las mismas razones?

Ustedes, tanto como Brasil, son paí­ses que, en el terreno de la ideologí­a y las ciencias sociales, estuvieron muy cerca de Europa y de Francia durante gran parte del siglo XX. Hubiera sido sorprendente que, con vuestra cultura e historia, el psicoanálisis hubiese pasado inadvertido. Pero yo creo que la desaparición del psicoanálisis es inevitable. Las jóvenes generaciones de especialistas tienen otras exigencias desde el punto de vista cientí­fico. El avance extraordinario de las neurociencias demuestra cada dí­a que, en el terreno de la psiquis, es posible lograr resultados sorprendentes y a muy corto plazo con otras terapias. En estas condiciones, Freud y sus teorí­as inverosí­miles tienen los dí­as contados.

Por Luisa Corradini
Para "La Nación"

"Sólo los dictadores le temen al psicoanálisis". Entrevista a Isidoro Vegh

Isidoro Vegh defiende las teorías de Freud

"Nosotros ayudamos al sujeto a que encuentre el camino que lo hace más feliz", dice Isidoro Vegh, psicoanalista, autor de numerosos libros sobre el psicoanálisis y miembro fundador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Isidoro Vegh - Psicoanalista

Con voz pausada y eligiendo cuidadosamente las palabras, Vegh hace afirmaciones que nadie le atribuirí­a a un psicólogo freudiano, como que el hombre no está gobernado por el instinto, que el analista y el paciente se topan en algún momento del análisis con “lo indecible", que el hombre es responsable de sus actos y que el drama del mundo moderno es la pérdida de valores.

Máss aún: para respaldar sus ideas no acude a autores modernos, con excepción de Freud y Lacan, sino que cita a pensadores clásicos y, para colmo, cristianos, como San Agustí­n, Nicolás de Cusa y Paul Claudel. Y, al arremeter contra las declaraciones de Borch-Jacobsen sobre el supuesto fin del psicoanálisis, no deja de aclarar que lo que él rescata es el espí­ritu de Freud, y que es preciso tener una visión amplia del conocimiento, ya que "Freud con Freud es comida de zonzos".

Por Sebastián Dozo Moreno
Para LA NACION
Publicado en "La Nación" - 15 de octubre, 2005.

Entrevista a Isidoro Vegh - primera parte

"Como el psicoanálisis surgió en una época en la que habí­a gran represión sexual, muchos atribuyen el éxito de las teorí­as de Freud a esa situación y no a que fueran acertadas sus teorías. Hoy, cuando se viven tiempos de liberación sexual -o de obsesión sexual, más bien-, ¿puede seguir vigente el psicoanálisis?.

Fue Freud el que le dijo a uno de sus discí­pulos, Adler, que no sexualizara el inconsciente. Freud tuvo el mérito de decir que la sexualidad no se equipara con la genitalidad. Nunca dijo que el instinto es lo que está en la raí­z de la conducta humana, Freud habló de Trieb, que es una palabra alemana que significa "pulsión" y se diferencia del vocablo "instinto". La pulsión tiene una posibilidad de variar sus objetos. Por ejemplo, una hormiguita obedece ciegamente a una fuerza biológica que sabe el objeto que le conviene. La pulsión, en cambio, no es determinante, gracias a que estamos habitados por el lenguaje. Eso es lo que hace que nuestra relación con el instinto quede acorralada, disminuida. La prueba está en que a un ser humano usted le da de comer diez dí­as la misma comida y prefiere dejarse morir de hambre. Necesitamos la variación, el menú. ¿Por qué? Porque el ser humano no está gobernado por el instinto.

- Los griegos hablaban indistintamente de lenguaje y de espí­ritu. Cuando usted dice que estamos habitados por el lenguaje, ¿entiende al lenguaje en el sentido amplio de los filósofos de la antigüedad, o se refiere a él como una simple herramienta del cerebro humano orientada a la comunicación?.

Cuando hablo del lenguaje, hablo del hecho de que el ser humano tiene palabras con las cuales piensa, con las cuales se relaciona con el otro, con las cuales tiene la base de lo que son sus sueños. Porque fue Freud el que descubrió que los sueños son una escritura jeroglí­fica.

- Y cuando el poeta Juan Ramón Jiménez dice: "No sé con qué decirlo, porque aún no está hecha mi palabra", ¿no está aludiendo a algo en el hombre más profundo, e incluso anterior al lenguaje?

Sin duda que para nosotros, los psicoanalistas, el lenguaje no es lo único que nos constituye. Lo puedo decir de otro modo: somos un cuerpo interceptado por la palabra. Cuando uno avanza hasta el extremo en la palabra se encuentra con el lí­mite de la palabra. Un obispo muy conocido por los filósofos, Nicolás de Cusa, distinguí­a dos ignorancias: la ignorancia a secas y la docta ignorancia. La ignorancia docta es aquello con lo que nosotros nos encontramos cuando transitamos el saber hasta el extremo. En un análisis, por ejemplo, un paciente que avanza bien va a llegar a ubicar sus sí­ntomas con relación a su historia, pero también se va a encontrar con los lí­mites de ese saber.

- ¿Considera al psicoanálisis una ciencia?

Entre los psicoanalistas tenemos diferencias, distintas formas de pensar, por el hecho simple de que el psicoanálisis no es una religión, ni una ideologí­a, ni una cosmovisión. El psicoanálisis tiene la práctica. Freud crea el psicoanálisis a partir del decir de sus pacientes. Sus primeros pacientes fueron las mujeres histéricas que lo iban a ver cuando habí­a fracasado la medicina de su tiempo, a fines del siglo XIX. Lo iban a ver por parálisis que la neurologí­a no podí­a explicar. El descubre que eso que se llamó en un principio "terapia por la palabra" ayudaba a resolver esos sí­ntomas. El psicoanálisis implica una práctica, una teorí­a que intenta dar cuenta de esa práctica, y una continua puesta en verificación de sus postulados. En ese sentido, yo diría que tiene la misma estructura que el campo de la ciencia.

- Con respecto a que el psicoanálisis no es una cosmovisión, ¿cómo interpretarí­a el trabajo de Freud titulado: "Una concepción del universo"?

Freud es el que dice, justamente, en ese trabajo y en otros, que nosotros no estamos para proponer una cosmovisión. Cuando se habla de la abstinencia del analista se quiere decir que nosotros tenemos que abstenernos de indicarle al sujeto cuáles deben ser sus creencias y cuáles deben ser sus pasos por la vida. Nosotros ayudamos al sujeto a que encuentre el camino que lo hace más feliz.

- El psicoanálisis, al querer explicar la conducta humana a partir de determinados cánones o fórmulas, como por ejemplo el complejo de Edipo, ¿no corre el riesgo de reducir al hombre a una especie de mecanismo o artefacto que funciona según los actos reflejos o inconscientes de su "aparato psí­quico"?

Mire: le voy a contestar con un capí­tulo de las enseñanzas de Lacan y con mis propias reflexiones. En la tradición cristiana, San Agustí­n plantea, con la justeza que lo caracterizaba, el contrapunto que significa el libre albedrío y la gracia divina. ¿Cómo pensar que hay una gracia divina omnipotente y, a la vez, el libre albedrí­o que parecerí­a contradecir ese poder sin lí­mites de Dios? Es más: hubo sectas heréticas que dijeron que si todo es creado por Dios, el mal que yo puedo hacer también hay que imputárselo a Dios, y que entonces ni siquiera puede decirse que existe el mal. Pero San Agustí­n dijo que la gracia divina es también algo que tenemos que implorar para que esa libertad que Dios nos otorgó la podamos usar del mejor modo. Para nosotros, desde el psicoanálisis, se trata exactamente de la misma cuestión, claro que no en términos teologales. El psicoanálisis coloca la libertad en el eje de su estudio, es decir que de ningún modo el psicoanálisis implica un determinismo absoluto. Justamente la distinción entre pulsión e instinto es para recordar que el ser humano es mucho más que eso.

- Freud consideró que el inconsciente domina al hombre desde abajo, y de ahí su poder. Según esto, ¿hasta qué punto el hombre es responsable de sus actos? Hitler, por ejemplo, ¿no acabará siendo, según el psicoanálisis, un simple enfermo o un eterno niño herido al que hay que comprender en vez de reprobar?.

Nosotros decimos que el sujeto es responsable de sus actos.

- Pero ¿es lo que dice Freud también?

Sí­, es lo que dice Freud, y le voy a citar el texto. En un complemento a la metapsicologí­a de los sueños, Freud dice que si bien el sueño es una formación del inconsciente, el sujeto es responsable de sus sueños, así­ que fí­jese que de ningún modo en la teorí­a freudiana hay algo así­ como la absolución de los actos. El sujeto tiene un margen de libertad. Por supuesto que ese margen de libertad se amplí­a cuando uno conoce cuáles son las determinaciones que lo habitan. Por ejemplo, si viene un paciente y nos dice: "No sé qué me pasa: maltrato a mi mujer y a mis hijos", nosotros creemos que si lo ayudamos a descubrir cuál es la razón inconsciente de su manera desaforada de comportarse seguramente va a tener más libertad para obrar mejor.

- Si lo propio del hombre es ser manejado por sus instintos reprimidos o sus traumas de infancia, es decir, ser algo impulsado o conducido, ¿en qué sentido es aberrante que el hombre sea manipulado por otro tipo de fuerzas, ya se trate del Estado, de la propaganda o de padres despóticos?

Son raros los gobiernos que están contentos con el psicoanálisis. Desde ya que los que no están de acuerdo con el psicoanálisis son los gobiernos dictatoriales, que son los que le temen a Freud. Fí­jese que en el imperio de Stalin el psicoanálisis estaba prohibido, y en el nazismo fueron quemadas sus obras. Porque justamente alguien que se analiza aprende a interrogar. Cuando el otro dice algo, surgen las preguntas: "¿por qué me lo dice?", "¿qué está diciendo a través de sus palabras esta persona?".

Entrevista a Isidoro Vegh - segunda parte

- En una época en la que el hombre está más preocupado por encontrarle un sentido a su vida que por liberarse sexualmente, desembarazarse de sus complejos o resolver sus neurosis, ¿cuál es el servicio concreto que hoy brinda el psicoanálisis a sus pacientes?.

Nuestro servicio es para alguien que haya perdido el gusto de la vida. El psicoanálisis lo ayuda a que averigüe qué es lo que le hace perder ese gusto, sobre todo en tiempos como los que corren, en los que desgraciadamente hay tantos valores confundidos. Lacan, siguiendo a ese gran escritor francés que fue Paul Claudel, dijo que en el último siglo se ha avanzado en el peor sentido, en lo que se llama "el padre humillado". Se tiende a confundir autoridad con autoritarismo. Cuando un padre no ejerce su autoridad, que no es lo mismo que ser autoritario, sobreviene una gran confusión. Bueno, desde hace tiempo, por razones socioculturales, en el mundo occidental hay una decadencia de la función paterna. ¿Cuál es el resultado? Esa juventud que está a la deriva, desorientada, sin encontrarle un sentido a su vida. Entonces aparecen respuestas sustitutivas, porque el ser humano necesita, de algún modo, encontrar un sentido. Si no, se narcotiza frente a ese vací­o, y es así­ como tenemos el mundo de la droga...

- El hecho de que el psicoanálisis haya perdido vigencia en el mundo, según las estadí­sticas, ¿se debe a que se trata de una disciplina anacrónica?.

En primer lugar, no es cierto que haya perdido vigencia. Y luego, a estos enemigos podemos localizarlos. El señor Borch-Jacobsen está radicado en los Estados Unidos y forma parte de un grupo que se autodenomina "los destructores de Freud". Están allá­ desde los años 90 en una práctica activa dedicada a eso y pertenecen a lo que en el campo de los historiadores se llama revisionismo. Están en una campaña franca de desprestigio, y esto es un buen elemento para saber de qué clase de historiador estamos hablando.

- Freud consideró que el alma humana, así­ como la cultura y la religión, es producto de la represión de los instintos o bien del proceso de espiritualización denominado sublimación. Según esto, el espí­ritu humano no tendrí­a realidad por sí­ mismo ni serí­a algo trascendente. ¿Cuál es su opinión como psicólogo freudiano?.

Por supuesto que las creaciones más sublimes del espí­ritu humano, como el arte, la ciencia, la religión misma (para quien es creyente) son absolutamente valoradas por nosotros, los psicoanalistas. Es más: cualquier psicoanalista de cualquier corriente puede dar pruebas innumerables de que cuando el paciente comienza a destrabar los lugares donde sus pulsiones (no sus instintos) estaban coagulados, esa energí­a impedida comienza a manifestarse en campos de creación, y esto es lo que se llama sublimación. Nosotros alentamos ese movimiento. Es más: consideramos que ese movimiento es un ­índice de salud.

-¿En qué consiste para usted la dignidad del hombre?.

Si tuviera que decirlo en pocas palabras, dirí­a que en no renunciar a sus deseos. Nosotros decimos que hay una ética, a la cual un psicoanalista se somete si no quiere desdecir el lugar que dice ocupar. Nuestra ética consiste en acompañar a nuestros pacientes para que puedan reencontrarse con sus deseos. William Blake dijo: "Quien no realiza sus deseos, engendra pestes". El deseo es lo que hizo que un pintor, por ejemplo Picasso, haya llegado a ser Picasso. Es lo que atañe al núcleo de nuestro ser, como dirí­a Freud.

- En la actualidad ha alcanzado gran difusión la disciplina creada por Ví­ctor Frankl: la logoterapia. Según Frankl, el psicoanálisis consideró sólo dos dimensiones del hombre: la orgánica y la psí­quica, y olvidó la única capaz de conferir unidad al ser humano, que es la espiritual. ¿Cuál es su opinión?.

Ví­ctor Frankl es una persona a la cual respeto, por conocer su historia. Cómo se repuso a su experiencia en el campo de concentración sin duda merece mi mayor consideración. Pero, bueno, él tiene una posición ligada a una concepción más bien religiosa, que considero altamente respetable. Lo respeto, pero el psicoanálisis no participa de eso.

-También afirma Frankl que lo que hace feliz al hombre no es la autorrealización, sino la trascendencia, es decir, el salto más allá de sí­ mismo mediante la dedicación en cuerpo y alma a una tarea o misión, o a otra persona.

Estoy totalmente de acuerdo con él. Yo creo que nuestra dedicación al prójimo no es un acto de caridad sin una relación al otro. Sin ella, el ser humano no subsiste.

- En otro orden de cosas, ¿identifica alguna patologí­a particular en los polí­ticos argentinos?.

En nuestros tiempos hay valores que han caducado, y basta ver qué personas se dedican, en general, a la polí­tica. Pero en los tiempos de Dante y en los de Sócrates sucedía lo mismo. Los polí­ticos son necesarios (estamos en una democracia y no podemos prescindir de ellos), pero también es necesario crear dispositivos de control. Jamás estarí­a de acuerdo con dar la suma de los poderes públicos a ninguna persona.

- El escritor ruso Fedor Dostoievsky expresó: "Si alguien me dijera que Cristo no está con la verdad, elegirí­a estar con Cristo a estar con la verdad". En su caso, si descubriera que el psicoanálisis tiene falacias graves, ¿elegirí­a estar con el psicoanálisis o con la verdad?.

El psicoaná¡lisis tiene como eje su relación con la verdad. Uno de los infundios del señor Borch-Jacobsen es que Freud habrí­a recluido a los pacientes en la privacidad como una manera de hacer imposible la crí­tica a su experiencia. Es un infundio, porque la privacidad en el consultorio analí­tico es para preservar la intimidad del paciente. Siempre llega un momento en el que el paciente dice: "Hoy, doctor, le voy a decir algo que nunca pude decirle a nadie". La verdad está en el corazón de nuestra práctica. Y eso vale no sólo para el paciente, sino para el analista. Por eso, los analistas tenemos que analizarnos. Tenemos que trabajar los virus que nos habitan. Pero insisto: la verdad está en el corazón de la experiencia analí­tica.

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[3] http://seminario-rs.gc-rosario.com.ar/jornadas-psicoanalisis-aun
[4] http://seminario-rs.gc-rosario.com.ar/node/429
[5] http://seminario-rs.gc-rosario.com.ar/node/417