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Los intelectuales del mundo y "La Nación" - Entrevista a Mikkel Borch-Jacobsen

"El psicoanálisis va a desaparecer", dice Mikkel Borch-Jacobsen. Considera a Freud "alguien poco fiable".

PARIS. Los intelectuales norteamericanos llaman the Freud war a la guerra sin cuartel que libran, desde 1993, defensores y detractores de Sigmund Freud y de la teorí­a que modeló al hombre del siglo XX, el psicoanálisis.

En ese contexto, el filósofo e historiador Mikkel Borch-Jacobsen puede ser considerado uno de los generales que lideran las huestes antifreudianas. Es uno de los principales autores de un libro colectivo que acaba de ser publicado en Parí­s y que ha desencadenado la fase más despiadada de esta guerra: 'El libro negro del psicoanálisis'.

Dinamarqués de nacimiento, francés por su educación, Borch-Jacobsen se instaló en los Estados Unidos en 1986. Es profesor en la Universidad de Washington. Identificado con la corriente constructivista del pensamiento, Borch-Jacobsen ha pasado los últimos 30 años de su vida denunciando "las falacias, ocultamientos y manipulaciones" de los representantes de la escuela freudiana, comenzando por su propio fundador. Su estilo pasional y directo aumenta el impacto de sus controvertidas posiciones.

Participaron unos 40 especialistas europeos y norteamericanos. La primera de las 830 páginas de 'El libro negro del psicoanálisis' comienza así­: "Francia es, con la Argentina, el país más freudiano del mundo. En nuestros dos paí­ses es comúnmente aceptado que todos los lapsus son reveladores, que los sueños develan deseos inconfesables y que un terapeuta es forzosamente un psicoanalista. (...) En el resto del planeta, desde hace 30 años, la autoridad del psicoanálisis se ha reducido en forma dramática. (...) ¿Francia y la Argentina serán las únicas en tener razón, contra el resto del mundo?".

De paso por Parí­s, Mikkel Borch-Jacobsen recibió a LA NACION.

Por Luisa Corradini
Para LA NACIÓN
[Publicado en la ed. impresa: Cultura | 14 de setiembre, 2005]

Entrevista a M. Borch-Jacobsen - primera parte

-Usted dice que Freud era un mentiroso y un charlatán.

No digo que era un charlatán. Digo que Freud se tomó libertades con la verdad, deliberadamente.

-Eso se parece mucho a la definición técnica de la mentira...

Sí­, así­ es.

-¿Y por qué?

Se pueden dar muchos ejemplos. El más flagrante es el caso que dio origen al psicoanálisis: el de la llamada Anna O. Freud afirmó hasta el fin de su carrera que su amigo Joseph Breuer habí­a conseguido curarla de sus sí­ntomas histéricos, cuando sabí­a perfectamente que no era verdad. La verdad es que Anna O. tuvo que ser internada en una clí­nica psiquiátrica inmediatamente después de haber terminado con su terapia y que pasaron años antes de curarse. Podrí­a dar otros ejemplos, pero ése es el más evidente de una afirmación falsa y deliberada. Freud afirmó con frecuencia haber curado pacientes, sin que fuera cierto. Con
frecuencia, lanzó rumores falsos sobre algunos de sus colegas o discípulos renegados... En otras palabras, era alguien muy poco fiable. Es imposible tener una confianza ciega en lo que Freud decí­a.

-¿Eso quiere decir que, debido a sus mentiras, la teorí­a psicoanalí­tica queda totalmente invalidada?

El psicoanálisis es, en principio, una teorí­a basada en la observación clí­nica. Así­ la describió el mismo Freud. Las construcciones metapsicoanalí­ticas son especulaciones que deben ser producto del material clínico, de la observación clí­nica. Sobre esa cuestión, Freud tení­a una posición absolutamente positivista, de fines del siglo XIX. Es evidente que la cuestión de la fiabilidad de sus observaciones clí­nicas tiene una importancia crucial. Si manipuló esos datos
para hacer que se aceptara su teorí­a, es muy grave. Y hoy es perfectamente posible demostrar cómo Freud manipuló esos datos clí­nicos.

-¿Cómo?

El mejor ejemplo es el de las notas clínicas sobre el llamado Hombre de las Ratas. Su verdadero nombre era Ernst Lanzer y fue a ver a Freud en 1907, quejándose de padecer miedos obsesivos y reacciones compulsivas. Habitualmente, Freud destruía las notas que tomaba durante sus análisis. Sin embargo, por una razón misteriosa, los apuntes del análisis del Hombre de las Ratas sobrevivieron. Así­ fue posible compararlas con la historia del caso publicada por Freud. Esto fue hecho por el psicoanalista e historiador canadiense Patrick Mahony y yo acabo de repetirlo con un colega en un libro que saldrá en enero: las contradicciones son flagrantes. La verdad es que Freud inventaba personajes. Y esto es muy grave. A partir de allí, es imposible creer en lo que él escribí­a. No inventó todo. En el caso del Hombre de las Ratas, es evidente que se apoyó en lo que vio y escuchó, pero también que cada vez que algo no le convení­a, lo cambiaba. Cambiaba las fechas, pretendí­a que el paciente habí­a aceptado su interpretación cuando no era cierto, etcétera. Sí­, creo que la cuestión de la fiabilidad de Freud es muy importante para la validez de la teoría.

-Permí­tame insistir, desde un punto de vista cientí­fico, que Freud haya sido un mentiroso no invalida su teorí­a...

La razón por la cual es tan importante la veracidad de Freud es que en todas las disciplinas cientí­ficas los resultados y las experiencias son públicas. Un cientí­fico que quiere verificar los resultados de otro cientí­fico puede hacerlo; puede volver sobre el terreno del experimento o rehacer el mismo camino. En el psicoanálisis eso es imposible. Porque Freud, por razones totalmente sorprendentes decidió que las sesiones de psicoanálisis fueran confidenciales y que nadie, ni siquiera otro psicoanalista, pudiera asistir a una sesión
conducida por otro colega.

¿Por qué "sorprendentes"?

Porque hasta ese momento era abierta, pública. Así­ se formaban los especialistas: asistiendo a esas sesiones. Para Freud, el único modo de formarse era poniéndose a sí­ mismo en el diván. En esas condiciones, es imposible verificar desde un punto de vista cientí­fico su teoría. ¿Freud deformaba, mentía, decí­a la verdad? Imposible saber si se equivocaba o si, influido por una u otra teorí­a, insistí­a demasiado sobre algunas cosas. El único relato de sus psicoanálisis era él mismo.

¿O el relato de sus pacientes?

No, porque en el psicoanálisis el paciente jamás es nombrado. No se conoce su identidad. Por otro lado, en la época de Freud los pacientes no iban a gritar en la plaza pública: "Yo soy la ví­ctima de una neurosis que Freud ha tratado de tal fecha a tal fecha". Debemos, pues, depender de la buena fe de Freud, lo que es una situación absolutamente inédita en el terreno cientí­fico.

-Pero si es imposible verificar, lo que usted considera mentiras, bien podrían ser verdades...

Por eso es tan importante el trabajo del historiador. Porque si bien esos pacientes no fueron identificados por Freud, los historiadores consiguieron descubrir sus identidades. Con frecuencia hicieron un verdadero trabajo de detective. El más espectacular fue el caso de Anna O. por parte del historiador Henri Ellenberger, que consiguió descubrir los documentos depositados en la clí­nica donde ella habí­a sido internada. Gracias a ello se supo hasta qué punto habí­a divergencias entre lo dicho por Freud y lo que constaba en esos documentos. Después de Ellenberger hubo un gran número de historiadores que consiguieron identificar a otros pacientes. De ese modo, fue posible reconstituir los hechos. Comprobamos entonces que las pretensiones terapéuticas de Freud eran completamente exageradas, que muchos de sus pacientes no estaban para nada de acuerdo con sus interpretaciones.

-¿Y por qué Freud habrí­a hecho esto?

Freud había inventado una teorí­a. Era un gran teórico, alguien que tenía un don excepcional para la especulación teórica. También tenía una confianza desmesurada en sus propias teorí­as. Para él, todo lo que pensaba era la verdad absoluta. A veces cambiaba de teorí­a; desde ese momento, la nueva teorí­a era la buena. Conociendo al personaje, estoy convencido de que estaba tan seguro de que tení­a razón que cada vez que hallaba un obstáculo, pues... lo evitaba. Creo que ni siquiera era consciente de ello. Y hay algo más. Creo que una vez que Freud se transformó en esa especie de genio reconocido por todos, los pacientes se sentí­an tan impresionados que aceptaban todo lo que les decí­a. Si Freud decí­a: "Usted tiene una homosexualidad reprimida", ellos contestaban: "Claro, naturalmente". No se puede reducir toda esta cuestión a las mentiras de Freud; están sus mentiras, más profundamente, su autoconfianza absoluta, y también la respuesta de los pacientes.

-Se podrí­a decir entonces que hubo manipulación, además de mentiras.

Manipulación es una palabra fuerte, pero se produjo en algún caso. Por ejemplo, en el caso de Horace Frink, uno de los fundadores de la Sociedad Psicoanalí­tica de Nueva York. La mayor parte del tiempo se trató de lo que, por entonces, se llamaba sugestión. Una sugestión medio intencional, medio inconsciente, que provocaba cierto tipo de respuesta en sus pacientes. Este es un proceso que se produce en todo encuentro psicoterapéutico. No es sólo el psicoanálisis el que se ve afectado por tal actitud. La sugestión, la colaboración entre el paciente y el terapeuta existe en toda terapia.

 

Entrevista a M. Borch-Jacobsen - segunda parte

- ¿Aún en las nuevas terapias de moda, por ejemplo las comportamentales?

Estoy persuadido. La diferencia está en que en la mayor parte de las nuevas psicoterapias los terapeutas son conscientes de ello. Manipulan conscientemente; practican la sugestión conscientemente. Lo utilizan como un instrumento. Por el contrario, Freud no cesaba de decir: "No manipulo, no sugiero, sólo observo, todo esto es la verdad que yo, Freud, consigo extirpar de la mente de mis pacientes". Es muy diferente. Creo que ése es el problema del psicoanálisis: afirma cosas como si se tratara de verdades objetivas cuando sólo se trata de construcciones elaboradas mediante una interacción entre paciente y terapeuta.

- ¿Para usted, entonces, la pulsión sexual no es el motor que determina el funcionamiento psí­quico del hombre?

Desde luego que no. Si usted me dice que la pulsión sexual es importante en el comportamiento humano, le contestaré que no hací­a falta que llegara Freud para saberlo. Por el contrario, si usted me pregunta si la pulsión sexual tiene la importancia que Freud le dio, le responderé que no. Yo creo que todas sus teorí­as -el complejo de Edipo, el complejo de castración, el deseo fálico de las mujeres, el instinto de muerte, etcétera-, todo eso son puras construcciones hipotéticas, especulativas, muy interesantes, fascinantes quizá, pero que no tienen absolutamente ninguna base empí­rica o cientí­fica.

- Lo que usted dice es que el hombre moderno que todos conocemos -ví­ctima del complejo de Edipo, de los recuerdos reprimidos, de las transferencias- nunca existió. Ese hombre que explican las universidades, los medios de comunicación y los consejeros matrimoniales, es otro.

Así­ es. El hombre cambia en función de su época. No se puede decir que el hombre de la Edad Media era igual al hombre del siglo XVIII.

- ¿O sea que la sociedad hace al hombre? ¿Por eso antes se hablaba de histeria y hoy se habla de estrés?

Exactamente. Yo me defino como un constructivista. Esto quiere decir que, hasta que se pruebe lo contrario, toda teorí­a sobre las neurosis es una construcción social. Pienso que el psicoanálisis es otra de esas construcciones sociales. Por construcción social me refiero sobre todo a la interacción entre terapeuta y paciente. De esta manera, me parece normal que las teorí­as evolucionen con la sociedad y con la historia. Tampoco se encuentran las mismas teorías en los mismos paí­ses y en las mismas culturas. La gente tiene diferentes modos de tratar las "enfermedades del alma" y diferentes formas de caer enfermo. El
psicoanálisis definió por cierto tiempo la forma en que la gente se enfermaba, manifestaba sus sí­ntomas y buscaba la cura. Pero esto se ha terminado.

- ¿Pero por qué razón el psicoanálisis se propagó como un reguero de pólvora por el mundo occidental?

Si su pregunta quiere decir que la humanidad entera no puede haberse equivocado hasta ese punto, mi respuesta es sí­, la humanidad se ha equivocado muchas veces en su historia. En cuanto a la razón de esa propagación, podrí­amos decir que, en sus comienzos, el psicoanálisis fascinó a la gente, que querí­a más libertad sexual.

Eso fue señalado por grandes pensadores, como Marcuse, Fromm o Reichmann. También se puede decir que el psicoanálisis sirvió de reemplazo a las ideas religiosas de salvación eterna, que comenzaron a desaparecer a comienzos del siglo XX. Sin embargo, yo veo dos razones principales. La primera es que Freud era un genio de la propaganda. Consiguió convencer a la gente de que su terapia era la única capaz de curar en profundidad y que las demás eran totalmente superficiales. Digo pura propaganda pues no tení­a ninguna prueba; tampoco obtení­a mejores resultados que los demás. Freud consiguió, además, desprestigiar a sus pares, tratándolos de paranoicos, reprimidos sexuales, etcétera. Lo hizo a partir de 1913 con sus propios colegas y después con sus discí­pulos: Adler, Ferenczi, Jung y Rank. A cada crí­tica que se le hací­a, la respuesta era: "Si usted no cree, es porque nunca se autoanalizó en un diván. Se trata de pura resistencia". Este método era absolutamente eficaz y sigue siendo válido en nuestros dí­as; sus discí­pulos han conseguido mantener esas leyendas freudianas -como las llaman los historiadores crí­ticos- secuestrando los documentos que contradecían la leyenda. Los mismos mecanismos se ponen en marcha cada vez que se critica el psicoanálisis.

- ¿Cuál es la segunda razón?

El otro mecanismo es aún más sorprendente. Al mismo tiempo que se mantienen intocables esas leyendas freudianas sobre su teorí­a y sus descubrimientos, los psicoanalistas son de una maleabilidad total. La teorí­a psicoanalí­tica no tiene, en el fondo, ninguna consistencia. Los psicoanalistas pueden leer en el inconsciente de sus pacientes cualquier cosa: todo y lo contrario.De este modo, se adaptan al medio social y cultural en el que viven.

- ¿Por ejemplo?

Cuando los psicoanalistas austrí­acos y alemanes se exiliaron en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, encontraron un paí­s orientado hacia el empirismo, el positivismo, la psicologí­a experimental. Entonces desarrollaron una suerte de adaptación del psicoanálisis freudiano (en la cual Freud jamás se hubiera reconocido). Por el contrario, en Europa, después de la guerra, alguien como el francés Jacques Lacan -que viví­a en un paí­s latino, donde el positivismo era mal visto y sólo se hablaba de existencialismo, de fenomenologí­a y de dialéctica hegeliana- desarrolló otro tipo de psicoanálisis basado en Heidegger, Hegel, entre otros. De este modo, el psicoanálisis consigue instalarse en todas partes. Porque sólo es un recipiente vací­o, una especie de parásito que se adapta a cualquier contexto. En la actualidad, han inventado el neuropsicoanálisis, es decir la alianza entre el psicoanálisis y las neurociencias. Ahora, los representantes freudianos dicen: "Freud fue uno de los fundadores de las neurociencias y nosotros podemos confirmarlo". Un absurdo, pero funciona.

- ¿Cuáles son los paí­ses donde el psicoanálisis está en plena regresión?

En los Estados Unidos el psicoanálisis está completamente tachado del mapa en los departamentos de psiquiatrí­a y de psicología de todas las universidades. Curiosamente, sólo resiste en los departamentos de literatura, probablemente gracias a Lacan y a la admiración de los medios literarios estadounidenses por
lo que llaman la french theory.

- Usted estudió a Lacan. ¿Se podrí­a decir que era igual a Freud?

No. Lacan no era un positivista ni un cientificista. Era un teórico que afirmaba cosas asegurando que las encontraba en Freud. Creo que era alguien que tení­a una audacia a toda prueba, que decí­a cosas sorprendentes. Era también extraordinariamente cí­nico y manipulador.

- ¿Cuáles son las nuevas terapias que están reemplazando en los Estados Unidos al psicoanálisis?

Las terapias comportamentales y cognitivas. Sin demasiadas pretensiones, éstas se basan en los principios modestos, parciales, pero verificables, de la psicología cientí­fica.

- ¿Por qué en Francia y en la Argentina el psicoanálisis mantiene su vigencia?

Es curioso, Francia otorga el mismo crédito al psicoanálisis en este momento que los Estados Unidos en los años 50 y 60. Creo que esta fascinación se debe a Lacan, que, como le dije, es un buen ejemplo de ese camaleonismo. Su táctica fue increíblemente eficaz. La clase intelectual fue subyugada por Lacan. Prácticamente toda la generación del 68 pasó por el diván. Allí se formaron los jóvenes psiquiatras y analistas que hoy son figuras de la teorí­a y que monopolizan el poder intelectual en ese terreno. Esto explica la resistencia absoluta de Francia ante el resto del mundo.

- ¿Y en la Argentina usted ve las mismas razones?

Ustedes, tanto como Brasil, son paí­ses que, en el terreno de la ideologí­a y las ciencias sociales, estuvieron muy cerca de Europa y de Francia durante gran parte del siglo XX. Hubiera sido sorprendente que, con vuestra cultura e historia, el psicoanálisis hubiese pasado inadvertido. Pero yo creo que la desaparición del psicoanálisis es inevitable. Las jóvenes generaciones de especialistas tienen otras exigencias desde el punto de vista cientí­fico. El avance extraordinario de las neurociencias demuestra cada dí­a que, en el terreno de la psiquis, es posible lograr resultados sorprendentes y a muy corto plazo con otras terapias. En estas condiciones, Freud y sus teorí­as inverosí­miles tienen los dí­as contados.

Por Luisa Corradini
Para "La Nación"

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