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-Usted dice que Freud era un mentiroso y un charlatán.

No digo que era un charlatán. Digo que Freud se tomó libertades con la verdad, deliberadamente.

-Eso se parece mucho a la definición técnica de la mentira...

Sí­, así­ es.

-¿Y por qué?

Se pueden dar muchos ejemplos. El más flagrante es el caso que dio origen al psicoanálisis: el de la llamada Anna O. Freud afirmó hasta el fin de su carrera que su amigo Joseph Breuer habí­a conseguido curarla de sus sí­ntomas histéricos, cuando sabí­a perfectamente que no era verdad. La verdad es que Anna O. tuvo que ser internada en una clí­nica psiquiátrica inmediatamente después de haber terminado con su terapia y que pasaron años antes de curarse. Podrí­a dar otros ejemplos, pero ése es el más evidente de una afirmación falsa y deliberada. Freud afirmó con frecuencia haber curado pacientes, sin que fuera cierto. Con
frecuencia, lanzó rumores falsos sobre algunos de sus colegas o discípulos renegados... En otras palabras, era alguien muy poco fiable. Es imposible tener una confianza ciega en lo que Freud decí­a.

-¿Eso quiere decir que, debido a sus mentiras, la teorí­a psicoanalí­tica queda totalmente invalidada?

El psicoanálisis es, en principio, una teorí­a basada en la observación clí­nica. Así­ la describió el mismo Freud. Las construcciones metapsicoanalí­ticas son especulaciones que deben ser producto del material clínico, de la observación clí­nica. Sobre esa cuestión, Freud tení­a una posición absolutamente positivista, de fines del siglo XIX. Es evidente que la cuestión de la fiabilidad de sus observaciones clí­nicas tiene una importancia crucial. Si manipuló esos datos
para hacer que se aceptara su teorí­a, es muy grave. Y hoy es perfectamente posible demostrar cómo Freud manipuló esos datos clí­nicos.

-¿Cómo?

El mejor ejemplo es el de las notas clínicas sobre el llamado Hombre de las Ratas. Su verdadero nombre era Ernst Lanzer y fue a ver a Freud en 1907, quejándose de padecer miedos obsesivos y reacciones compulsivas. Habitualmente, Freud destruía las notas que tomaba durante sus análisis. Sin embargo, por una razón misteriosa, los apuntes del análisis del Hombre de las Ratas sobrevivieron. Así­ fue posible compararlas con la historia del caso publicada por Freud. Esto fue hecho por el psicoanalista e historiador canadiense Patrick Mahony y yo acabo de repetirlo con un colega en un libro que saldrá en enero: las contradicciones son flagrantes. La verdad es que Freud inventaba personajes. Y esto es muy grave. A partir de allí, es imposible creer en lo que él escribí­a. No inventó todo. En el caso del Hombre de las Ratas, es evidente que se apoyó en lo que vio y escuchó, pero también que cada vez que algo no le convení­a, lo cambiaba. Cambiaba las fechas, pretendí­a que el paciente habí­a aceptado su interpretación cuando no era cierto, etcétera. Sí­, creo que la cuestión de la fiabilidad de Freud es muy importante para la validez de la teoría.

-Permí­tame insistir, desde un punto de vista cientí­fico, que Freud haya sido un mentiroso no invalida su teorí­a...

La razón por la cual es tan importante la veracidad de Freud es que en todas las disciplinas cientí­ficas los resultados y las experiencias son públicas. Un cientí­fico que quiere verificar los resultados de otro cientí­fico puede hacerlo; puede volver sobre el terreno del experimento o rehacer el mismo camino. En el psicoanálisis eso es imposible. Porque Freud, por razones totalmente sorprendentes decidió que las sesiones de psicoanálisis fueran confidenciales y que nadie, ni siquiera otro psicoanalista, pudiera asistir a una sesión
conducida por otro colega.

¿Por qué "sorprendentes"?

Porque hasta ese momento era abierta, pública. Así­ se formaban los especialistas: asistiendo a esas sesiones. Para Freud, el único modo de formarse era poniéndose a sí­ mismo en el diván. En esas condiciones, es imposible verificar desde un punto de vista cientí­fico su teoría. ¿Freud deformaba, mentía, decí­a la verdad? Imposible saber si se equivocaba o si, influido por una u otra teorí­a, insistí­a demasiado sobre algunas cosas. El único relato de sus psicoanálisis era él mismo.

¿O el relato de sus pacientes?

No, porque en el psicoanálisis el paciente jamás es nombrado. No se conoce su identidad. Por otro lado, en la época de Freud los pacientes no iban a gritar en la plaza pública: "Yo soy la ví­ctima de una neurosis que Freud ha tratado de tal fecha a tal fecha". Debemos, pues, depender de la buena fe de Freud, lo que es una situación absolutamente inédita en el terreno cientí­fico.

-Pero si es imposible verificar, lo que usted considera mentiras, bien podrían ser verdades...

Por eso es tan importante el trabajo del historiador. Porque si bien esos pacientes no fueron identificados por Freud, los historiadores consiguieron descubrir sus identidades. Con frecuencia hicieron un verdadero trabajo de detective. El más espectacular fue el caso de Anna O. por parte del historiador Henri Ellenberger, que consiguió descubrir los documentos depositados en la clí­nica donde ella habí­a sido internada. Gracias a ello se supo hasta qué punto habí­a divergencias entre lo dicho por Freud y lo que constaba en esos documentos. Después de Ellenberger hubo un gran número de historiadores que consiguieron identificar a otros pacientes. De ese modo, fue posible reconstituir los hechos. Comprobamos entonces que las pretensiones terapéuticas de Freud eran completamente exageradas, que muchos de sus pacientes no estaban para nada de acuerdo con sus interpretaciones.

-¿Y por qué Freud habrí­a hecho esto?

Freud había inventado una teorí­a. Era un gran teórico, alguien que tenía un don excepcional para la especulación teórica. También tenía una confianza desmesurada en sus propias teorí­as. Para él, todo lo que pensaba era la verdad absoluta. A veces cambiaba de teorí­a; desde ese momento, la nueva teorí­a era la buena. Conociendo al personaje, estoy convencido de que estaba tan seguro de que tení­a razón que cada vez que hallaba un obstáculo, pues... lo evitaba. Creo que ni siquiera era consciente de ello. Y hay algo más. Creo que una vez que Freud se transformó en esa especie de genio reconocido por todos, los pacientes se sentí­an tan impresionados que aceptaban todo lo que les decí­a. Si Freud decí­a: "Usted tiene una homosexualidad reprimida", ellos contestaban: "Claro, naturalmente". No se puede reducir toda esta cuestión a las mentiras de Freud; están sus mentiras, más profundamente, su autoconfianza absoluta, y también la respuesta de los pacientes.

-Se podrí­a decir entonces que hubo manipulación, además de mentiras.

Manipulación es una palabra fuerte, pero se produjo en algún caso. Por ejemplo, en el caso de Horace Frink, uno de los fundadores de la Sociedad Psicoanalí­tica de Nueva York. La mayor parte del tiempo se trató de lo que, por entonces, se llamaba sugestión. Una sugestión medio intencional, medio inconsciente, que provocaba cierto tipo de respuesta en sus pacientes. Este es un proceso que se produce en todo encuentro psicoterapéutico. No es sólo el psicoanálisis el que se ve afectado por tal actitud. La sugestión, la colaboración entre el paciente y el terapeuta existe en toda terapia.