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- ¿Aún en las nuevas terapias de moda, por ejemplo las comportamentales?

Estoy persuadido. La diferencia está en que en la mayor parte de las nuevas psicoterapias los terapeutas son conscientes de ello. Manipulan conscientemente; practican la sugestión conscientemente. Lo utilizan como un instrumento. Por el contrario, Freud no cesaba de decir: "No manipulo, no sugiero, sólo observo, todo esto es la verdad que yo, Freud, consigo extirpar de la mente de mis pacientes". Es muy diferente. Creo que ése es el problema del psicoanálisis: afirma cosas como si se tratara de verdades objetivas cuando sólo se trata de construcciones elaboradas mediante una interacción entre paciente y terapeuta.

- ¿Para usted, entonces, la pulsión sexual no es el motor que determina el funcionamiento psí­quico del hombre?

Desde luego que no. Si usted me dice que la pulsión sexual es importante en el comportamiento humano, le contestaré que no hací­a falta que llegara Freud para saberlo. Por el contrario, si usted me pregunta si la pulsión sexual tiene la importancia que Freud le dio, le responderé que no. Yo creo que todas sus teorí­as -el complejo de Edipo, el complejo de castración, el deseo fálico de las mujeres, el instinto de muerte, etcétera-, todo eso son puras construcciones hipotéticas, especulativas, muy interesantes, fascinantes quizá, pero que no tienen absolutamente ninguna base empí­rica o cientí­fica.

- Lo que usted dice es que el hombre moderno que todos conocemos -ví­ctima del complejo de Edipo, de los recuerdos reprimidos, de las transferencias- nunca existió. Ese hombre que explican las universidades, los medios de comunicación y los consejeros matrimoniales, es otro.

Así­ es. El hombre cambia en función de su época. No se puede decir que el hombre de la Edad Media era igual al hombre del siglo XVIII.

- ¿O sea que la sociedad hace al hombre? ¿Por eso antes se hablaba de histeria y hoy se habla de estrés?

Exactamente. Yo me defino como un constructivista. Esto quiere decir que, hasta que se pruebe lo contrario, toda teorí­a sobre las neurosis es una construcción social. Pienso que el psicoanálisis es otra de esas construcciones sociales. Por construcción social me refiero sobre todo a la interacción entre terapeuta y paciente. De esta manera, me parece normal que las teorí­as evolucionen con la sociedad y con la historia. Tampoco se encuentran las mismas teorías en los mismos paí­ses y en las mismas culturas. La gente tiene diferentes modos de tratar las "enfermedades del alma" y diferentes formas de caer enfermo. El
psicoanálisis definió por cierto tiempo la forma en que la gente se enfermaba, manifestaba sus sí­ntomas y buscaba la cura. Pero esto se ha terminado.

- ¿Pero por qué razón el psicoanálisis se propagó como un reguero de pólvora por el mundo occidental?

Si su pregunta quiere decir que la humanidad entera no puede haberse equivocado hasta ese punto, mi respuesta es sí­, la humanidad se ha equivocado muchas veces en su historia. En cuanto a la razón de esa propagación, podrí­amos decir que, en sus comienzos, el psicoanálisis fascinó a la gente, que querí­a más libertad sexual.

Eso fue señalado por grandes pensadores, como Marcuse, Fromm o Reichmann. También se puede decir que el psicoanálisis sirvió de reemplazo a las ideas religiosas de salvación eterna, que comenzaron a desaparecer a comienzos del siglo XX. Sin embargo, yo veo dos razones principales. La primera es que Freud era un genio de la propaganda. Consiguió convencer a la gente de que su terapia era la única capaz de curar en profundidad y que las demás eran totalmente superficiales. Digo pura propaganda pues no tení­a ninguna prueba; tampoco obtení­a mejores resultados que los demás. Freud consiguió, además, desprestigiar a sus pares, tratándolos de paranoicos, reprimidos sexuales, etcétera. Lo hizo a partir de 1913 con sus propios colegas y después con sus discí­pulos: Adler, Ferenczi, Jung y Rank. A cada crí­tica que se le hací­a, la respuesta era: "Si usted no cree, es porque nunca se autoanalizó en un diván. Se trata de pura resistencia". Este método era absolutamente eficaz y sigue siendo válido en nuestros dí­as; sus discí­pulos han conseguido mantener esas leyendas freudianas -como las llaman los historiadores crí­ticos- secuestrando los documentos que contradecían la leyenda. Los mismos mecanismos se ponen en marcha cada vez que se critica el psicoanálisis.

- ¿Cuál es la segunda razón?

El otro mecanismo es aún más sorprendente. Al mismo tiempo que se mantienen intocables esas leyendas freudianas sobre su teorí­a y sus descubrimientos, los psicoanalistas son de una maleabilidad total. La teorí­a psicoanalí­tica no tiene, en el fondo, ninguna consistencia. Los psicoanalistas pueden leer en el inconsciente de sus pacientes cualquier cosa: todo y lo contrario.De este modo, se adaptan al medio social y cultural en el que viven.

- ¿Por ejemplo?

Cuando los psicoanalistas austrí­acos y alemanes se exiliaron en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, encontraron un paí­s orientado hacia el empirismo, el positivismo, la psicologí­a experimental. Entonces desarrollaron una suerte de adaptación del psicoanálisis freudiano (en la cual Freud jamás se hubiera reconocido). Por el contrario, en Europa, después de la guerra, alguien como el francés Jacques Lacan -que viví­a en un paí­s latino, donde el positivismo era mal visto y sólo se hablaba de existencialismo, de fenomenologí­a y de dialéctica hegeliana- desarrolló otro tipo de psicoanálisis basado en Heidegger, Hegel, entre otros. De este modo, el psicoanálisis consigue instalarse en todas partes. Porque sólo es un recipiente vací­o, una especie de parásito que se adapta a cualquier contexto. En la actualidad, han inventado el neuropsicoanálisis, es decir la alianza entre el psicoanálisis y las neurociencias. Ahora, los representantes freudianos dicen: "Freud fue uno de los fundadores de las neurociencias y nosotros podemos confirmarlo". Un absurdo, pero funciona.

- ¿Cuáles son los paí­ses donde el psicoanálisis está en plena regresión?

En los Estados Unidos el psicoanálisis está completamente tachado del mapa en los departamentos de psiquiatrí­a y de psicología de todas las universidades. Curiosamente, sólo resiste en los departamentos de literatura, probablemente gracias a Lacan y a la admiración de los medios literarios estadounidenses por
lo que llaman la french theory.

- Usted estudió a Lacan. ¿Se podrí­a decir que era igual a Freud?

No. Lacan no era un positivista ni un cientificista. Era un teórico que afirmaba cosas asegurando que las encontraba en Freud. Creo que era alguien que tení­a una audacia a toda prueba, que decí­a cosas sorprendentes. Era también extraordinariamente cí­nico y manipulador.

- ¿Cuáles son las nuevas terapias que están reemplazando en los Estados Unidos al psicoanálisis?

Las terapias comportamentales y cognitivas. Sin demasiadas pretensiones, éstas se basan en los principios modestos, parciales, pero verificables, de la psicología cientí­fica.

- ¿Por qué en Francia y en la Argentina el psicoanálisis mantiene su vigencia?

Es curioso, Francia otorga el mismo crédito al psicoanálisis en este momento que los Estados Unidos en los años 50 y 60. Creo que esta fascinación se debe a Lacan, que, como le dije, es un buen ejemplo de ese camaleonismo. Su táctica fue increíblemente eficaz. La clase intelectual fue subyugada por Lacan. Prácticamente toda la generación del 68 pasó por el diván. Allí se formaron los jóvenes psiquiatras y analistas que hoy son figuras de la teorí­a y que monopolizan el poder intelectual en ese terreno. Esto explica la resistencia absoluta de Francia ante el resto del mundo.

- ¿Y en la Argentina usted ve las mismas razones?

Ustedes, tanto como Brasil, son paí­ses que, en el terreno de la ideologí­a y las ciencias sociales, estuvieron muy cerca de Europa y de Francia durante gran parte del siglo XX. Hubiera sido sorprendente que, con vuestra cultura e historia, el psicoanálisis hubiese pasado inadvertido. Pero yo creo que la desaparición del psicoanálisis es inevitable. Las jóvenes generaciones de especialistas tienen otras exigencias desde el punto de vista cientí­fico. El avance extraordinario de las neurociencias demuestra cada dí­a que, en el terreno de la psiquis, es posible lograr resultados sorprendentes y a muy corto plazo con otras terapias. En estas condiciones, Freud y sus teorí­as inverosí­miles tienen los dí­as contados.

Por Luisa Corradini
Para "La Nación"