Ponencia efectuada en ocasión de la apertura del Centro Cultural Rosario - Hospital Psiquiátrico Agudo Ávila- de la ciudad de Rosario, bajo la gestión de su Director Dr. José Aldo Mossotti. En esa oportunidad se inauguró una muestra de pinturas de retratos bajo el título, Humanos para recordar. Entre ellos Sigmund Freud, pintado por Jaime Rippa /
Noviembre 1996.
Humanos para recordar (Freud)
Cuando recibí la invitación a participar en esta muestra de pintura, amabilidad que les agradezco, tuve una placentera sensación, volvía a este lugar, a este hospital. Creo que como resto diurno, la invitación, disparó un sueño la noche del mismo día en que me llegó. Fugazmente, acorde a lo que era su estilo, en mi sueño me visitó el catalán Dalí. No tiene importancia ahora que les de lata con mi infancia, ya que en todo sueño hay un niño, pero si me interesa decirles que preguntándome a la mañana siguiente sobre mi sueño mi pensamiento trajo algo. Si me permiten les relato en intimidad una pequeña historia: Uds. saben que hay un celebre retrato de Freud hecho por Salvador Dalí, tan impactante como el que Jaime Rippa nos ofrece en su obra. Quedó en Maresfield Garden, Londres, donde Dalí lo visitó poco antes de la muerte del profesor de Viena. De manera que era fácil encontrar la razón de la presencia del pintor español en mi noche. Acostumbrado a no tentarme con lo primero, cuestión de oficio, insistí y algo más se me presentó: yo estaba pensando sobre la invitación de esta noche, sobre el hablar aquí hoy con Uds. Me decía, ¿sobre que? ¿De Freud, de Jaime Rippa?, de la obra el arte, sobre la cultura, ya que este es un centro cultural. ¿Qué de lo esencial del maestro de Viena?, qué decir de ese hombre genio del siglo, que decir y a quienes. Entonces algo más había en mi sueño. Con fe en el método que todos sabemos implica dejar correr las ideas, dejarse habitar, seguí y recordé una situación que tenía un tanto olvidada:
Hace unos años atrás, por el 84, invitamos a nuestra ciudad a un psicoanalista norteamericano que era lacananiano, Stuart Schneiderman. Este analista americano se había analizado con Lacan y había enseñado varios años en París. Actualmente reside y trabaja en Nueva York. Este colega, en Estados Unidos, como lacananiano, era como un leproso en la tribuna canalla el día del clásico rosarino. Stuart, prestigioso analista, de una inteligencia notable, cordial y simpático, llegó a nuestra ciudad en la cual dicto dos conferencias bajo el título, “Padre , ¿no ves que estoy ardiendo?” Fue Aricana la sede del evento. Hacía poco más de un año había publicado su libro de amplia difusión, “Lacan: La Muerte de un Héroe Intelectual”. Jacques Lacan había muerto en el año 1981.
Ya en la cena en la cual lo agasajábamos, dialogando con él, se me ocurrió citar a don Salvador (y dale con Dalí), entonces con tono “amable”, necesito decirlo, le dije: Stuart, Dalí, decía que los verdaderos colores eran los excrementicios, los ocres, los marrones y los amarillos y que sólo a los yanquis se les había ocurrido inventar el pistacho y el neón. Trataba de referirme al destino del psicoanálisis en EEUU. No terminé de hacer el comentario cuando nuestro invitado reaccionó con una intensidad llamativa, diciéndome que estaba loco (¿yo o Dalí?)! you are crazy, you are crazy!!. Se enojó considerablemente el americano visitante y ya parecía que no disfrutaba más del entrecot que hacía un momento había elogiado. La colega Nora Menéndez, que oficiaba de exquisita traductora, trato de suavizar el momento. Aún me da gracia el episodio.
1909, Picasso pinta La mujer de mandolina, en ese año Freud llegaba a los EEUU, la universidad de Clark lo invitaba a dar conferencias. Cuando era recibido calurosamente por el grupo americano, ante ese gesto amistoso y de hospitalidad, aún embarcado le dice a su amigo Jung: “no saben que les traemos la peste”. Claro está, Freud no sabía del pistacho de los norteamericanos.
Creo, si me permiten, que eso fue lo que en mi dormir hacía letra para este encuentro con Uds. !La peste freudiana y el pistacho !
Esto les quería decir, contarles. La peste freudiana es esa que derrocó la creencia en el paraíso humano, que tiene color a pistacho con letreros de neón. Freud se atrevió con los ocres empezando por sus propios marrones. No era poco.
Darwiniano convencido nos señaló animales, uno más en la serie y nos habló del esfuerzo del hombre por hacerse sujeto de la cultura, de sus renuncias y rodeos. De la horda primitiva al tótem, de la descarga sin control a la deriva fue claro sobre como entramos al picadero. Para decirlo sin vueltas: domeñandos y quejosos, con malestar irreductible.
Lo reconozco a Freud como un escéptico benévolo, no tenía demasiadas expectativas en la especie humana, pero al mismo tiempo afirmaba el desarrollo de la cultura aún en su malestar, como un refugio del hombre a su renuncia pulsional.
El artista, decía Freud, tenía un buen lugar en este mundo. Se las arreglaba con el malestar.
Determinista militante, hijo de las ciencia naturales, pensó el inconsciente causando el argumento del sujeto, memoria encubridora que busca adelante lo que está detrás. Notable este humano para recordar, como esta muestra nos enuncia en su invitación.
Freud nos propuso a la historia como el tejido, el carozo del ser, justo cuando en estos tiempos asistimos al fin de la historia. Ese determinismo que no negociaba, a veces lo implicaron en predicciones y a veces, porque no, lo colocaron en posiciones fatalista.
En “El malestar en la cultura”, texto impresionante, encuentro un Freud preocupado por el futuro, ya no por el pasado, es el porvenir lo que le interesa., ¿Dónde vamos? Será su pregunta.
No dudamos de las proezas humanas, desde la conquista del fuego en adelante todo parece indicarnos (erradamente) un camino al cielo. Reconocemos que en todo logro, en la lucha constante con las pulsiones, el hombre se humaniza y esto nos indica civilización, sin embargo, agreguemos que nada viene a calmar definitivamente el pleito entre los hombres, allí surge el problema. ¿Para que insistir sobre aquello en lo cual todo somos testigos o protagosnistas?: la vida en común. El deseo y sus laberintos, más allá el goce.
Me agrada este lugar del hospital, aquí hace ya más de 20 años, en los trabajos prácticos de la cátedra Psicopatología, tomé contacto con mis primeros pacientes y el llamado psicótico. Aquí exactamente se alzaba el pabellón 1, reinado de un psiquiatra que no quería saber nada de la peste freudiana, ni siquiera del aguachentado pistacho americano. Solo quería un toma corriente para hacer honor a Cerletti y Bini.
Que esto sea hoy un Centro Cultural, a propuesta de este amigo el Dr. José Aldo Mossotti y que además, nos reunamos alrededor de este retrato de Freud que nos provoca y del que Rippa es responsable es un homenaje al arte y a Freud. Debemos agradecerles a Aldo y a Jaime, es una invitación al optimismo.
Humanos para recordar. Así se denomina esta muestra.
Freud sabía del privilegio del artista, los admiraba por sus gratificaciones, tocan a fondo lo esencial, nada de pistacho suavizado; van al hueso. El vienés nos advertía sobre lo insondable del talento del artista, y creo, era ambivalente en su posición con respecto al psicoanálisis aplicado a la obra de arte. Algunas veces cedió a la tentación. Sabía claramente y así lo dijo, que el artista o el escritor llegaban antes que el analista.
Alguna vez le comento a su biógrafo y amigo, Ernest Jones sobre su predilección por Rembrandt, fundamentalmente por la penetración y el carácter de los retratos del pintor holandés. Finalmente y para concluir, agradezco a Jaime Rippa por su pintura que me afecta y además me permite hacer de la ocasión un momento para recordar.
Noviembre 1996
Jorge Rodríguez Solano
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